8 de julio de 2007

De cómo el último de la especie humana pasó a la inmortalidad.

De a poco las guerras fueron consumiendo las almas y se evaporaron las mentes sólidas.
Cuentan que un joven llamado Hipolito era el único hombre que quedaba sobre la faz de la tierra; y sobre él pesaba una gran carga que lo atormentaba día a día hasta que sentía cómo su piel se rajaba y cómo los grillos en la noche le cmían su cabeza.
Se dice que se había acostumbrado a la soledad pero a veces no lo soportaba, aunque asumía que era su única compañia. "Se es o no se es", murmuraba prepotente mientras caminaba de un lado a otro bajo la lluvia por los senderos de una vieja calle; símbolo del paso del hombre por allí. Una metrópolis perdida entre la neblina grisácea.
A Hipolito realmente no le importaba el mundo; nunca lo conoció de aquía a allá, nunca se le cruzó por la cabeza el dar vueltas alrededor del globo en globo, nunca escribió bitácoras de viajes y nunca descucbrió nada nuevo. Pero de lo que si se lamentaba era de no tener alas para poder volar tan alto como lo hacia su abeza. Vivía los días como si no estuviera viviendo y se comportaba de manera tonta.
Hipolito nunca conoció el amor hacia otra persona porque se valió siempre de su razón y nunca estuvo contento por la felicidad de los otros.
A Hipolito se le cayó por primera vez una lagrima. Pero dejó de ser dueño de sus propios actos cuando decidió ponerle fin al asunto tirándose en un acantilado.
Hipolito está ahora junto a la luna y me mira con ojos angustiados.